“Mis abuelos se conocieron en un viaje en que mi abuelo mostró a mi abuela sus lugares favoritos de Lisboa. Cuando ella volvió a su país, mi abuelo le escribió cartas durante casi dos años. Estas cartas estaban siempre acompañadas por una fotografía tomada durante sus primeros días juntos. Cada carta era como un pequeño cuento y refería a vivencias comunes: reales o posibles. Cuando mi abuela murió, encontré las fotografías y mi abuelo me confesó su secreto: el rollo original se había velado y por eso nunca aparecían ellos en las fotos. Mi abuela adoraba historias y fotografía, y mi abuelo sabía que solo echando mano de ambas pasiones, conseguiría que mi abuela crease un vínculo afectivo tan fuerte con la ciudad, que desease, no solo volver, si no querer quedarse a vivir con él aquí, en Lisboa.“